jueves, 19 de agosto de 2010

Manos vacias

Elías se miraba las manos recordando a cuantos tipos habían golpeado, cuantas mujeres habían acariciado, cuantas veces las había unido a amigos que luego lo habían abandonado.
Cuántos cigarrillos habían encendido, cuantos despidos habían firmado, cuántas armas, drogas y dinero habían manipulado.
Sentía que sus manos eran el reflejos de todo salvaje, lo sucio, corrupto y promiscuo que era y que siempre había disimulado. En sus manos estaban ocultos todos sus secretos.
Ahora sus manos estaban vacías y sus pensamientos eran oscuros; el odio, la rabia, la humillación y sobre todo un miedo enorme, lo dominaban. Temía a la incertidumbre, tenia rabia por que intentó preverlo todo y sin embargo, no lo consiguió.
Cuando el médico le dijo que le quedaban seis meses de vida, lo primero que hizo fue arreglarlo todo para tener un funeral de primera calidad y que su cuerpo fuera cremado. No iba a permitir que unos miserables gusanos se lo comieran. Nunca creyó en nada espiritual, solo en su brutalidad para lograr sus objetivos, nada de pensar en tonteras como Dios o El diablo, el infierno o el Paraíso. Para Elías, el único pecado era creer que los pecados existían.
Solo una historia de esas se le quedó pegada a la memoria desde chico, la de Caronte y su barca, que llevaba a los muertos al otro mundo, a cambio del pago que las familias del muerto dejaban bajo la lengua del cadáver. ¡Caronte sí que tenia el negocio asegurado! Asi que también se aseguró de que alguien dejara una moneda bajo su lengua muerta.
Encendió otro cigarrillo ¡Malditos médicos! El suyo era un idiota. Primero le dijo que tenía seis meses de vida sin solución posible y enseguida le recomendó dejar de fumar. Solo seis meses para terminar lo comenzado, vivir lo no vivido, cobrar viejas deudas.
Pero era el cuarto médico que le decía lo mismo, asi que le creyó. Además era el médico más caro del país y él podía pagarlo. ¿Para que servía la plata, si no?
Su dinero, sus manos, antes llenas de billetes, ahora estaban vacías. Lo había gastado todo en esos seis meses, en mujeres, drogas, alcohol, juego y asesinos a sueldo.
Nunca quiso tener una familia ni atarse a nada. No confiaba en nadie y por eso no tuvo a quien dejarle su dinero cuando muriera. Un intelectual atrevido le dijo que podía donar el dinero para ayudar a otros, pero él no quiso hacerlo. Si la gente, los políticos o los pobres querían plata que la consiguieran trabajando, hasta ampollarse las manos, como su padre o manchándoselas con sangre como él. De todas formas, ahora sus manos estaban limpias, pero vacías
Tendría que haber mandado matar a sus médicos, sobre todo al último. Habían pasado siete meses, el lo tenía todo previsto para su muerte, pero lo único que nunca previo sucedía: Su cuerpo estúpido no quería darse por vencido, la muerte venia con retraso, no llegaba nunca.
Así que el día anterior tomó la decisión, robó las llaves de un frigorífico abandonado y con sus últimos pesos pasó la noche en el hotel que estaba enfrente.
Ahora sus manos temblaban, de miedo y de bronca, Miedo de la muerte que no hacía su trabajo y bronca pensando en todos los hijos de puta que iban a estar felices de verlo muerto y con las manos vacías. Eso no lo podía aguantar.
Tomó el último trago, saliendo a la vereda prendió el último cigarrillo y cruzó al galpón de cinco pisos donde estaba el frigorífico.
Primero activó la sierra eléctrica y se aseguró de dejar abierta la ventana que daba al pavimento.
Se ató las manos por delante y cerrando los ojos las puso en la cinta automática de la sierra. Un segundo de dolor atroz y después un mareo que casi lo desmaya.
Cuando abrió los ojos vio sus manos amputadas en el piso, se miró los muñones sangrantes y grotescos y se puteó a si mismo, por no haber previsto lo del mareo, como no previó que la muerte se burlaría de él.
Era difícil levantarse del piso sin tener sus manos, tomó fuerzas gritando como un enajenado
-¡Malditos hijos de puta, mundo hijo de puta!- y se levantó. Corriendo hacia la ventana volvió a gritar
-¡Muerte hija de puta! yo te voy a buscar a vos-
Y mientras caía se sintió ganador. Prefirió morir sin manos a morir con las manos vacías y lo consiguió.
La Muerte lo esperaba en la calle. Cuando Elías se estrelló contra el asfalto, movió la cabeza con tristeza, pensando
-Pobre tipo, no entendió que nadie me burla y que lo único vacío que tenia, era su alma-

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