“Estoy feliz de haber
llegado hasta aquí.
He hecho siempre aquello que
más he amado,
Y aunque no pocas veces eso
ha traído consigo
Amarguras, traiciones,
desacuerdos…
Esta es la hora del balance
y en él pesan más
La amistad, el amor, la
pasión por la música
Y el logro que ustedes hoy
me reconocen,
Como si no fueran parte de
él.”
Del
Discurso de Lola Besouro,
recibiendo
el cargo de Decana
de
la Universidad de Pórtico de Amatista
―Qué nombre tan extraño, Ryalfam ―dijo
Lizeu, y agregó, como haciéndole una broma a alguien―. ¿Será que aquí viven las
mujeres reales[1]?
Hacía dos días que
lo habían despertado, siguiendo sus instrucciones. Si bien la tripulación del
Axolotl F303, la nave de transporte, no era humana, no por eso dejaba de ser
cálida. Mushu, la computadora de a bordo, tenía una hermosa voz y se adelantaba
a las necesidades de Lizeu; además disponía de un banco de datos muy
actualizado, como para mantener entretenido a un científico de curiosidad
inagotable. Y éste era el caso.
Lizeu no quería perderse
la llegada y el aterrizaje en la más alejada de todas las colonias humanas. A
la mayoría de la gente le daba terror la entrada a la atmósfera, ¡pero él
estaba tan entusiasmado! Por el ventanal que abarcaba el lado a estribor de la
nave, podía verse a Ryalfam cada vez más grande. Esa abertura, y una complicada
escultura en la pared, eran las únicas decoraciones de la habitación, que
parecía ser una sala de estar para los viajes cortos, los que no necesitaban de
criostasis.
Al principio sólo
se veía una mancha negra a contraluz del sol, en la inmensidad del espacio
oscuro. Luego de un día más de viaje, el planeta ocupaba gran parte de la
visión, acompañado de sus dos lunas.
―Parecen iguales: Eva y Lilith. Los
mitos sobre las primeras mujeres en la Tierra. Eva, la mujer dócil, la
compañera, la sumisa. Lilith, la que se rebeló ante Adán… ―Lizeu tocaba el
ventanal, para seguir leyendo la información que le proveía Mushu. Compensaba
su ansiedad con un exceso de datos, que leía y comentaba en voz alta―. Me
pregunto con qué clase de mujeres me encontraré. ¿Me comerán vivo? ―rió.
Su risa reverberó
en la habitación. Mushu, desde ya, sólo contestaba las preguntas directas que
comenzaran con su nombre; a las demás, las consideraba retóricas. Hacia el
final del segundo día, la Axolotl entró en una zona desde donde se podía
apreciar la cara iluminada del planeta. Lizeu ya se había instalado en uno de
los sillones a modo de cama, y en otro de ellos había colocado sus
pertenencias. Su camarote había quedado vacío. Si era posible, no quería
perderse de nada.
―¡Fascinante!
La superficie
estaba ocupada por grandes domos de color plateado. Los contó: hasta donde
podía ver, eran unos quince, comunicados entre sí por caminos cubiertos, como
si fueran vasos sanguíneos. A medida que iban pasando los minutos, observaba
cómo los domos se hacían traslúcidos. El ciclo de día de veinticuatro horas
recomenzaba, imitando el de la Tierra. El amanecer simulado echaba luz sobre
las ciudades de Ryalfam, que se agrupaban en el lado luminoso del planeta.
Allí un domo
grande, central. Ese, seguro era Pórtico de Amatista. ¿O sería un campo de
cultivo? Desde aquí todavía no podía distinguirlo.
Las semiesferas se
distribuían sin un orden aparente; grandes, pequeñas, conformaban un caótico
racimo de uvas. A medida que avanzaba el día, Lizeu veía que eran de distintos
colores. Según la computadora de a bordo, en ellas se simulaban también las
estaciones y los climas. En uno de los domos había un bosque cubierto de nieve,
mientras que en otro, un campo cultivado en pleno verano. El frío y el calor, el
desierto y las lluvias, eran controlados según la conveniencia de los cultivos
y crianza de animales.
Un poco más cerca,
y pudo ver cómo los domos parecían moverse, como si fueran organismos
vivientes…
Esa obsesiva
curiosidad, tan típica suya, lo hacía uno de los mejores en su profesión. Pulsó
aquí y allí sobre el vidrio, y en la ventana aparecieron unos gráficos
explicativos del funcionamiento del domo. Era una especie de membrana celular,
permeable o no, según cómo se configurara… En este caso, dejaba pasar una nave
entera.
La sala de la
Axolotl estaba acondicionada para que sus ocupantes pudieran observar la
llegada a un planeta. No había gravedad artificial, pues requeriría mucha
energía y no era un crucero de lujo. Pero sí disponía de zapatos adherentes
(Lizeu supuso que con algún tipo de magnetismo inducido), que facilitaban los
desplazamientos por la habitación. En los sillones adosados a la pared, había
varios cinturones de seguridad. Los cristales, por otro lado, se oscurecían
automáticamente ante luminosidades peligrosas para el ojo humano.
Movió los dedos
dentro de los zapatos amarillos y sedosos. Todo le agradaba, desde los pequeños
sonidos mecánicos hasta el olor a desinfectante. Lizeu había realizado en su
vida decenas de viajes, y sin embargo, en éste, se sentía como un novato.
Quizás esa sensación se debía también a que era la primera vez que podía
apreciar el aterrizaje por una ventana, y sumado a eso, el cúmulo de hechos que
se concentraban en este momento. Lo habían contratado para un trabajo
importante, de esos que había soñado, que él calculaba le llevaría por lo menos
dos años. Por si esto fuera poco, de la cultura de Ryalfam había pocas
noticias, más bien era un enredado ovillo de fábulas contradictorias. Las
comunicaciones con este distante planeta se realizaban por medio de un
anticuado ansible, y él venía a remediar eso.
Y allí, en medio
de este escenario inexplorado, viviría él. Dejando atrás lo conocido, la rutina
de la Universidad y los ambientes acartonados que tanto despreciaba. Tenía a
sus mejores amigos en la Facultad de Ciencias Duras e Ingeniería, pero aun así
odiaba la burocracia, el status quo y la irrealidad que se vivía en los
ambientes académicos. Había cambiado un par de veces de Universidad, y en todas
ellas encontraba lo mismo: un grupo que dirigía todo, desde el flujo de dinero
hasta las líneas de investigación, y otro grupo, obsecuente (o en el mejor de
los casos, indiferente) con el primero. “La política universitaria es la peor
clase de política. Finge ser noble y neutral, y en realidad se tejen las mismas
mezquindades que en cualquier otra institución humana”, pensaba Lizeu, el día
que se juró a sí mismo no trabajar más para una academia, como dedicación
exclusiva.
Se acomodó en el
sillón dispuesto a dormir unas horas antes del aterrizaje, con una red
contenedora para no terminar flotando sin dirección por la sala. Dos estados se
disputaban su cuerpo: el nerviosismo y el cansancio. Ganó el segundo.
Despertó con un
sonido que no lograba identificar. Supuso que la entrada a la atmósfera, por
tenue que fuera, provocaba una enorme fricción y calor, y el casco de la nave
se quejaba por ello.
―Bien, ¡aquí vamos! Esto es normal… Sí, sí, es
normal ―dijo, convenciéndose―. Me pregunto si habrá sido buena idea, después de
todo, haber despertado antes.
Salió de la red de
contención y fue consciente de un cambio fundamental: en la habitación había
gravedad. Pequeña, pero perceptible. Y ahora, esa especie de atracción
gravitatoria lo empujaba hacia la pared de la puerta. Comprobó que lo que él
había creído una “escultura” era, en realidad, una escalera con huecos para
sentarse. Ahora se explicaba el complicado tramado… Dedujo que la nave estaba
frenando, disminuyendo de a poco su velocidad para tocar tierra con suavidad.
Lizeu ladeó su cabeza, como un perro que no entiende a su amo. Luego, para
adaptarse, pensó en que esa pared ahora era el piso. Y el piso, por tanto,
tomaba el papel de una pared lateral. Se dio cuenta de que los zapatos
adherentes también funcionaban en estas superficies. Caminó por la sala,
sintiendo de nuevo el peso de su cuerpo, aunque éste no coincidiera con su
recuerdo.
―Es claro ―se dijo―. Debe estar
desacelerando de a poco, nunca llegaría al monstruoso valor de 9,8 m/s2 ([2])
Rió de su propio
chiste, a falta de compañía. Un repentino dolor en los oídos, acompañado por un
silbido, le cortó la risa. La atmósfera no era tan liviana después de todo, si
podía producir este cambio en la presión del aire, aún en una nave
herméticamente cerrada. Mushu pidió disculpas y compensó las variaciones al
entrar en las cercanías del planeta, para que los cuerpos humanos no sufrieran
tanto. El descenso duraría varias horas, y de esta manera nadie tendría
trastornos de salud.
No sintió nada en
particular cuando atravesaron la membrana del domo, lo cual fue una decepción.
No sabía muy bien qué había estado esperando, ¿algún sonido delator? ¿Alguna
sensación en la piel?
Luego, los
ruiditos de los servomecanismos de la nave, abriendo compuertas, despertando al
resto de los pasajeros de su largo sueño de criogénesis, encendiendo luces y
demás.
Lizeu cargó sus
bolsos y esperó a que la puerta se abriera. La luz le tocó la cara. Salió a
paso lento, tratando de no parecer torpe, confundido al sentirse muy liviano.
Afuera era un
hermoso día de sol, como la primavera de Ciudad Espejo… La nostalgia lo picó
como un insecto, pero la espantó tocándose la nariz y expirando fuerte. Tomó
aire luego, y sintió los aromas de este nuevo lugar.
En el Espaciopuerto
lo esperaba Otilia: una mujer mayor, con el cabello plateado recogido en una
trenza, sus manos enganchadas entre sí, a la altura de la cintura. Su gesto
serio le pareció indescifrable. Un paso más atrás, se encontraban sus hijos.
Lizeu había aprendido algunas frases de
cortesía, y las usó al presentarse:
―Buenos días, soy el doctor Lizeu
Luesma y es para mí un honor estar aquí en Ryalfam. Que la segunda luna ilumine
nuestros asuntos en común, y que la primera los selle.
―El gusto es nuestro. ―Otilia sonrió,
complacida―. Le presento a mis hijas: Amata, Licia, Richar y Tavio.
Lizeu sabía, por
el aprendizaje holístico de idiomas, sobre el plural en femenino, pero de todas
maneras lo sorprendió.
La segunda
sorpresa, fue encontrarse con la verde mirada de Amata.
―Pase por aquí, Doctor. ―Otilia abrió
la puerta de la habitación. A Lizeu no le pareció suntuosa, pero sí cuidada en
los detalles y muy pulcra.
―Mañé[3]
Besouro, si no le molesta, llámeme Lizeu, por favor. Ya que tendrá la
amabilidad de alojarme por un tiempo tan prolongado, creo que no será necesario
un trato tan distante. ―Dejó sus valijas en un rincón. Luego pensó que lo que
había dicho quizás era una impertinencia. De todas maneras ya era tarde para
arrepentirse...
―Por supuesto, estoy de acuerdo. Le
pido que respete mí título en público, pero cuando trabajemos juntos puede
llamarme Otilia. ―Ella pensó que a su madre no le gustaría nada esa actitud… y
eso la reconfortó. Luego agregó―: Lo dejaré para que se acomode. Si tiene
hambre, no tiene más que acercarse a la cocina y pedir lo que desee. Yo estaré
la mayor parte del tiempo en mi escritorio. La cena es a las ocho.
―Muy bien, nos veremos, entonces, a
las ocho.
―Aquí tiene un plano de la casa, por
si lo necesita.
―Muchas gracias. ―Lizeu observó la
compleja disposición de habitaciones y casas de integrantes de la familia, en
formas circulares y en disposición concéntrica, con un gran patio o plaza
central. Más que una familia, casi le pareció un pueblo entero.
―¡Ah! Hay una cosa más… ―Otilia dudó
si decírselo ahora―. Aunque seguramente estará cansado, lo podemos dejar para
mañana.
―Estoy cansado, pero nada que una
siesta no pueda reparar. ―Dejó el plano sobre la una mesa y miró a Otilia.
―Tengo una especie de tradición, con
los viajeros que se alojan en casa. Y es sencilla: jugar una partida de arimaa[4].
―¿Arimaa? No lo conozco.
―En la Tierra tienen algo parecido, su
antecesor: el ajedrez. Su aspecto es parecido, pero a mi entender es más
complejo.
Lizeu dudó mucho
que un juego pudiera ser más complejo que el ajedrez, pero siempre estaba
dispuesto a aprender cosas nuevas.
―¡Qué interesante! Jugaremos cuando lo
desee.
―Después de la cena sería un buen
momento ―dijo Otilia ya con la mano en la puerta.
―De acuerdo.
Otilia hizo un
gesto asintiendo y dijo:
―Ahora sí, lo dejo para que se
acomode. Hasta luego.
―Hasta luego.
Lizeu pasó la
tarde ordenando sus pertenencias, y luego descansó un buen rato. Recorrió la
casa, sorprendido de la organización y distribución de tareas. No había
personal de limpieza ni de cocina, todas las tareas eran rotativas, incluso
para la Mañé de la casa. Desde luego que ella tenía preponderancia en algunas
labores, ya que para tomar decisiones debía pasar largo tiempo trabajando. Sin
embargo, era fácil encontrarla lavando la vajilla. De hecho, decía que le
gustaba hacerlo para reflexionar sobre asuntos importantes.
La cena
transcurrió tranquilamente. A Lizeu le parecieron exquisitos todos los platos.
Habló poco, y observó las costumbres. No quería caer mal o hacer algo que
pudiera considerarse incorrecto.
Siñá[5]
Petrona lo escrutaba sin disimulo. Lizeu había estado esperando esta actitud,
así que no se intimidó. Aura, por momentos, hablaba en voz baja con Petrona, y
luego las dos lo miraban.
La mesa era
ovalada y en el centro tenía un sistema de rotación que hacía que los platos y
condimentos fueran pasando frente a cada comensal.
Varias veces cruzó
la mirada con los hijos de Otilia.
En Richar,
encontró competencia, quizás celos.
En Licia,
sensualidad.
En Tavio,
compañerismo.
Y en Amata,
timidez. “Quizás ella…”, pensó, “No debo involucrarme, vine aquí a trabajar, no
a seducir chicas”. Y sin embargo, no pudo evitar ilusionarse.
Cuando terminó la
cena, Aura y Petrona, levantándose, dieron las buenas noches. Luego, Tavio y
Richar. De a poco todos abandonaban el comedor. Otilia trajo el juego, en una
caja de madera tallada. Hizo una seña a Amata para que la acompañara, pero ella
le respondió que estaba cansada.
Otilia le explicó
las reglas a Lizeu. Realmente eran sencillas, aunque el desarrollo del juego
prometía ser complejo. Lo que Lizeu no sabía era la razón por la cual ella
había iniciado esta tradición de jugar con los huéspedes.
Empezó él. Hizo
dos movimientos, dudando un poco.
Otilia movió con
rapidez y observó, no al tablero, sino a su contrincante.
Veamos cómo te desempeñas, muchacho. Pensó la mañé.
Al principio,
Otilia tuvo que recordarle las reglas a cada jugada. Lizeu le comentó que no se
parecía demasiado al ajedrez, después de todo.
―A veces las hijas no se parecen a las
madres. ―Lizeu asintió, preguntándose si habría alguna referencia a su familia―.
El Arimaa original se puede jugar con las mismas piezas del Ajedrez, pero luego
te das cuenta de que los movimientos no se le parecen en nada. Algo así ocurre
con el tablero.
Él movió sus
conejos, ella desplegó sus caballos y sus gatos. Las jugadas eran por momentos
rápidas, y en otros, más meditadas.
¡Qué partida interesante!, pensó Otilia, Es audaz, pero no temerario.
El Arimaa se hizo
dinámico y entretenido: Lizeu comenzó a probar jugadas para tomar piezas de
Otilia.
Se adapta a los cambios y es creativo… ¡Vaya! A esa no la
vi venir.
Lizeu se había
posicionado muy bien en uno de los casilleros centrales.
Una estrategia básica, pero hay que recordar que acaba de
aprender el juego. En un par de meses ya estaremos jugando a la par, si sigue descubriendo
el modo de armar su juego. Aunque aún no sepa nada sobre las aperturas.
Lamentó que Amata
no estuviera aquí para observarlo todo y luego comentar con ella sus
impresiones. Era una pena que su hija, futura mañé, no viera este potencial en
el Arimaa, para tener un primer análisis sobre el desempeño de una persona.
Otilia tomó, en
sucesivos turnos, varias piezas. Lizeu, más pensativo, dudaba antes de mover.
Va perdiendo, y reflexiona para recuperarse. ¿O está
probando mi paciencia? Tal vez yo no sea la única que analiza a su oponente.
Al cabo de jugar
un rato, Lizeu ya no tenía perros ni gatos... y sus conejos escaseaban.
Sin embargo, no se da por vencido.
Otilia, con
sobrada experiencia, movía las piezas con calma y observaba el tablero y los
gestos de Lizeu que delataban, en parte, sus pensamientos.
Ahora está usando bien las estrategias de protección de
las piezas… Espero que haga lo mismo con sus empleados y colaboradores. Un buen
liderazgo es necesario.
Lizeu jugaba como si su vida dependiera de
ello, la adrenalina bombeándole por todo el cuerpo. Bufaba ante cada pieza que
Otilia le tomaba.
Tiene pasión, y al mismo tiempo es cerebral. Nos
llevaremos la mar de bien.
Sonrió, y haciendo la última jugada, dijo:
―Has sido un gran oponente, Lizeu, ¡felicitaciones!
Este fue el mejor juego que he tenido con un novato.
―Muchas gracias, mañé ―djo Lizeu,
orgulloso―. Me ha fascinado, si le parece podemos hacer una o dos partidas por
noche.
Otilia rió ante el
entusiasmo del hombre.
Es evidente que haber perdido no lo enoja ni lo hace
sentirse humillado, sino que lo ve como un desafío a superar. Realmente está
abierto a aprender. Me gusta su actitud… Aunque quizás está perdiendo algo de
objetividad, se está involucrando demasiado. Ése es su punto débil. Deberé
tener en cuenta esto
―Por mi parte, con una estará bien.
Aunque habrá noches en las que estaré muy cansada. Y ya verás… tú también.
Se despidieron
para ir a descansar, y la mañé ordenó, con toda meticulosidad, su tradicional
juego en la caja.
Lizeu comenzó su
trabajo de modernizar los sistemas de comunicaciones, no sólo de la familia
Besouro, sino de toda la ciudad. Si esto resultaba bien, extenderían esta nueva
tecnología al resto de Ryalfam.
En la misma
Axolotl en que había venido él, también habían llegado los materiales y
herramientas.
Primero, formó
cuadrillas, con encargadas de cada lugar, y supervisó el trabajo. Encontró
gente muy capaz y entusiasta. Le sorprendió el don de mando que tenían todas
las mujeres, y la colaboración que había naturalmente en los equipos.
Luego, organizó y
dictó los cursos de capacitación para los instaladores.
En cada uno de los
pasos estaba presente de alguna manera Otilia, y muchas veces la acompañaba
Amata.
Incluso Amata
quiso aprender todo lo relativo a las instalaciones, por si tenía que asistir a
los trabajadores.
―Así, ¿ves? Tomas la pinza con
cuidado… ―Las manos de Amata le parecieron hermosas, con sus dedos finos y
delicados. Lizeu se preguntó hasta qué punto era necesario que ella aprendiera
esto… Para no distraerse del trabajo, recordó los robots haciendo este trabajo
en la Tierra, pero aquí no podían permitirse semejante lujo.
La tecnología de
la comunicación por subespacio, base del ansible, por un lado no era sencilla
de comprender y requería de una gran inversión inicial, pero por otro lado, era
muy confiable y de bajo mantenimiento. Lizeu pensaba que si todo marchaba bien,
terminaría el trabajo en el tiempo estipulado. Pero claro, siempre surgían
imprevistos.
Las jornadas de
trabajo fueron cada vez más largas, hasta que Lizeu pensó que si seguía con
este ritmo caería enfermo.
Fue a hablar con
Otilia. Entró sin tocar la puerta, como ya se le había hecho costumbre.
―¿Quieres posponer la partida de esta
noche, otra vez?
―Oh, no, Otilia, vine a pedirle
consejo ―dijo Lizeu, con el ceño fruncido y mirando al suelo.
―Te escucho. Por favor, siéntate.
―Estoy muy cansado. Creo que… bueno,
debería trabajar menos. ―Suspiró como si hubiera hecho una terrible confesión.
―Ah, mi querido Lizeu, es que ¡debes aprender
a delegar! ¿Acaso tienes que supervisar todo en persona?
―Bueno, yo creí que… como soy el
responsable… ―Arqueó las cejas.
―Delega, hijo. Delega despiadadamente.
Delega y faculta. Delega y, sin desligarte, encárgate de las tareas para las
cuales de verdad eres imprescindible.
―Entiendo ―dijo Lizeu, pensativo.
Recordó que había tenido varias ideas en el transcurso del día, y las había
descartado por falta de tiempo para realizarlas.
―Y cuando hayas aprendido a delegar
―prosiguió la Mañé―, tendrás tiempo libre para descansar y disfrutar… Y también
para pensar en otros proyectos.
A Lizeu le
sorprendió el comentario de la matriarca: le pareció que le estaba leyendo la
mente.
―De hecho puedo sugerir varias mejoras
para la casa, que serían interesantes de implementar. He notado que Richar es
un excelente ingeniero, por más que no nos llevemos como quisiera. Juntos
podríamos planear un par de mejoras para los cultivos y para la casa.
―Todo eso está muy bien, querido, pero
necesitas relajarte un poco. ¿Por qué no vas a una de nuestras fiestas
circulares? Quizás te venga bien…
Otilia, ante la
cara de extrañeza de Lizeu, le explicó de qué se trataba.
―Las fiestas circulares se celebran
cada vez que se cumple un ciclo de la primera luna. Son fiestas que, si bien
son ceremoniales, también son muy relajadas, donde se baila y se bebe y donde
pueden conseguirse compañeras sexuales. Aquí todo el mundo es libre de elegir
con quién se acuesta; tengo entendido que en la Tierra eso no sucede.
Lizeu rió con
ganas y no dijo nada por temor a revelar sus pensamientos… ¿Sería una
oportunidad para acercarse a Amata? Siguió escuchando:
―Cada persona danza cerca de una
hoguera que representa su identidad de género. De esta manera no hay equívocos
en lo que se busca. Y si ves a alguna persona que te interesa, la pellizcas. Si
el pellizco te es devuelto, es que las dos están de acuerdo.
―¡Por supuesto que me vendrá bien!
―estalló Lizeu, entusiasmado―. ¿Cuándo es la próxima? ¡Delegaré todo lo que
pueda!
Días después,
cuando la luna Lilith-maljoyin estaba llena y en el centro del cielo, fue el
momento de celebrar una gran fiesta circular en Pórtico de Amatista.
Lizeu, con gran
expectativa, se bañó, y vistió unas ropas nuevas que le había dado Otilia. Le
parecieron muy cómodas, si bien los colores tan chillones no eran sus
preferidos. Pero tuvo que admitir que, aunque nunca hubieran sido de su
elección, le quedaban bien. “Hasta para la ropa tiene buen ojo la vieja”,
pensó.
Mientras bailaba
en la hoguera masc, notó que todos los hermanos Besouro estaban en la fiesta.
Tavio y Richar, bailando junto a él, y las dos hermanas bailando en la ronda
fem.
Cuando las rondas
terminaron, se mezcló entre la gente, sintiéndose uno más de los lugareños.
Estaba eufórico bailando, cuando recibió un pellizco.
Al voltear,
descubrió a Licia. Sonrió, bailó con ella un rato, se divirtieron haciendo
bromas.
Pero esa noche,
Lizeu se fue con Amata.
[4] Arimaa es una variante
del ajedrez, que puede jugarse con las mismas piezas y tablero, pero cuyo
desarrollo difiere completamente. Las piezas simbolizan animales y están
colocadas a capricho del jugador . Existen cuatro casilleros que son
“sumideros”, hacia donde hay que arrastrar las piezas del contrincante.
Publicado en Revista Próxima N°23, Invierno de 2014