sábado, 27 de septiembre de 2014

Capítulo 16 de la Novela "Tatuajes en Espejo" (próxima edición) - Chinchiya


“Estoy feliz de haber llegado hasta aquí.
He hecho siempre aquello que más he amado,
Y aunque no pocas veces eso ha traído consigo
Amarguras, traiciones, desacuerdos…
Esta es la hora del balance y en él pesan más
La amistad, el amor, la pasión por la música
Y el logro que ustedes hoy me reconocen,
Como si no fueran parte de él.”

Del Discurso de Lola Besouro,
recibiendo el cargo de Decana
de la Universidad de Pórtico de Amatista



―Qué nombre tan extraño, Ryalfam ―dijo Lizeu, y agregó, como haciéndole una broma a alguien―. ¿Será que aquí viven las mujeres reales[1]?
Hacía dos días que lo habían despertado, siguiendo sus instrucciones. Si bien la tripulación del Axolotl F303, la nave de transporte, no era humana, no por eso dejaba de ser cálida. Mushu, la computadora de a bordo, tenía una hermosa voz y se adelantaba a las necesidades de Lizeu; además disponía de un banco de datos muy actualizado, como para mantener entretenido a un científico de curiosidad inagotable. Y éste era el caso.
Lizeu no quería perderse la llegada y el aterrizaje en la más alejada de todas las colonias humanas. A la mayoría de la gente le daba terror la entrada a la atmósfera, ¡pero él estaba tan entusiasmado! Por el ventanal que abarcaba el lado a estribor de la nave, podía verse a Ryalfam cada vez más grande. Esa abertura, y una complicada escultura en la pared, eran las únicas decoraciones de la habitación, que parecía ser una sala de estar para los viajes cortos, los que no necesitaban de criostasis.
Al principio sólo se veía una mancha negra a contraluz del sol, en la inmensidad del espacio oscuro. Luego de un día más de viaje, el planeta ocupaba gran parte de la visión, acompañado de sus dos lunas.
―Parecen iguales: Eva y Lilith. Los mitos sobre las primeras mujeres en la Tierra. Eva, la mujer dócil, la compañera, la sumisa. Lilith, la que se rebeló ante Adán… ―Lizeu tocaba el ventanal, para seguir leyendo la información que le proveía Mushu. Compensaba su ansiedad con un exceso de datos, que leía y comentaba en voz alta―. Me pregunto con qué clase de mujeres me encontraré. ¿Me comerán vivo? ―rió.
Su risa reverberó en la habitación. Mushu, desde ya, sólo contestaba las preguntas directas que comenzaran con su nombre; a las demás, las consideraba retóricas. Hacia el final del segundo día, la Axolotl entró en una zona desde donde se podía apreciar la cara iluminada del planeta. Lizeu ya se había instalado en uno de los sillones a modo de cama, y en otro de ellos había colocado sus pertenencias. Su camarote había quedado vacío. Si era posible, no quería perderse de nada.
―¡Fascinante!
La superficie estaba ocupada por grandes domos de color plateado. Los contó: hasta donde podía ver, eran unos quince, comunicados entre sí por caminos cubiertos, como si fueran vasos sanguíneos. A medida que iban pasando los minutos, observaba cómo los domos se hacían traslúcidos. El ciclo de día de veinticuatro horas recomenzaba, imitando el de la Tierra. El amanecer simulado echaba luz sobre las ciudades de Ryalfam, que se agrupaban en el lado luminoso del planeta.
Allí un domo grande, central. Ese, seguro era Pórtico de Amatista. ¿O sería un campo de cultivo? Desde aquí todavía no podía distinguirlo.
Las semiesferas se distribuían sin un orden aparente; grandes, pequeñas, conformaban un caótico racimo de uvas. A medida que avanzaba el día, Lizeu veía que eran de distintos colores. Según la computadora de a bordo, en ellas se simulaban también las estaciones y los climas. En uno de los domos había un bosque cubierto de nieve, mientras que en otro, un campo cultivado en pleno verano. El frío y el calor, el desierto y las lluvias, eran controlados según la conveniencia de los cultivos y crianza de animales.
Un poco más cerca, y pudo ver cómo los domos parecían moverse, como si fueran organismos vivientes…
―¿Por dónde entrará la nave a la atmósfera?
Esa obsesiva curiosidad, tan típica suya, lo hacía uno de los mejores en su profesión. Pulsó aquí y allí sobre el vidrio, y en la ventana aparecieron unos gráficos explicativos del funcionamiento del domo. Era una especie de membrana celular, permeable o no, según cómo se configurara… En este caso, dejaba pasar una nave entera.
La sala de la Axolotl estaba acondicionada para que sus ocupantes pudieran observar la llegada a un planeta. No había gravedad artificial, pues requeriría mucha energía y no era un crucero de lujo. Pero sí disponía de zapatos adherentes (Lizeu supuso que con algún tipo de magnetismo inducido), que facilitaban los desplazamientos por la habitación. En los sillones adosados a la pared, había varios cinturones de seguridad. Los cristales, por otro lado, se oscurecían automáticamente ante luminosidades peligrosas para el ojo humano.
Movió los dedos dentro de los zapatos amarillos y sedosos. Todo le agradaba, desde los pequeños sonidos mecánicos hasta el olor a desinfectante. Lizeu había realizado en su vida decenas de viajes, y sin embargo, en éste, se sentía como un novato. Quizás esa sensación se debía también a que era la primera vez que podía apreciar el aterrizaje por una ventana, y sumado a eso, el cúmulo de hechos que se concentraban en este momento. Lo habían contratado para un trabajo importante, de esos que había soñado, que él calculaba le llevaría por lo menos dos años. Por si esto fuera poco, de la cultura de Ryalfam había pocas noticias, más bien era un enredado ovillo de fábulas contradictorias. Las comunicaciones con este distante planeta se realizaban por medio de un anticuado ansible, y él venía a remediar eso.
Y allí, en medio de este escenario inexplorado, viviría él. Dejando atrás lo conocido, la rutina de la Universidad y los ambientes acartonados que tanto despreciaba. Tenía a sus mejores amigos en la Facultad de Ciencias Duras e Ingeniería, pero aun así odiaba la burocracia, el status quo y la irrealidad que se vivía en los ambientes académicos. Había cambiado un par de veces de Universidad, y en todas ellas encontraba lo mismo: un grupo que dirigía todo, desde el flujo de dinero hasta las líneas de investigación, y otro grupo, obsecuente (o en el mejor de los casos, indiferente) con el primero. “La política universitaria es la peor clase de política. Finge ser noble y neutral, y en realidad se tejen las mismas mezquindades que en cualquier otra institución humana”, pensaba Lizeu, el día que se juró a sí mismo no trabajar más para una academia, como dedicación exclusiva.
Se acomodó en el sillón dispuesto a dormir unas horas antes del aterrizaje, con una red contenedora para no terminar flotando sin dirección por la sala. Dos estados se disputaban su cuerpo: el nerviosismo y el cansancio. Ganó el segundo.



Despertó con un sonido que no lograba identificar. Supuso que la entrada a la atmósfera, por tenue que fuera, provocaba una enorme fricción y calor, y el casco de la nave se quejaba por ello.
 ―Bien, ¡aquí vamos! Esto es normal… Sí, sí, es normal ―dijo, convenciéndose―. Me pregunto si habrá sido buena idea, después de todo, haber despertado antes.
Salió de la red de contención y fue consciente de un cambio fundamental: en la habitación había gravedad. Pequeña, pero perceptible. Y ahora, esa especie de atracción gravitatoria lo empujaba hacia la pared de la puerta. Comprobó que lo que él había creído una “escultura” era, en realidad, una escalera con huecos para sentarse. Ahora se explicaba el complicado tramado… Dedujo que la nave estaba frenando, disminuyendo de a poco su velocidad para tocar tierra con suavidad. Lizeu ladeó su cabeza, como un perro que no entiende a su amo. Luego, para adaptarse, pensó en que esa pared ahora era el piso. Y el piso, por tanto, tomaba el papel de una pared lateral. Se dio cuenta de que los zapatos adherentes también funcionaban en estas superficies. Caminó por la sala, sintiendo de nuevo el peso de su cuerpo, aunque éste no coincidiera con su recuerdo.
―Es claro ―se dijo―. Debe estar desacelerando de a poco, nunca llegaría al monstruoso valor de 9,8 m/s2 ([2])
Rió de su propio chiste, a falta de compañía. Un repentino dolor en los oídos, acompañado por un silbido, le cortó la risa. La atmósfera no era tan liviana después de todo, si podía producir este cambio en la presión del aire, aún en una nave herméticamente cerrada. Mushu pidió disculpas y compensó las variaciones al entrar en las cercanías del planeta, para que los cuerpos humanos no sufrieran tanto. El descenso duraría varias horas, y de esta manera nadie tendría trastornos de salud.



No sintió nada en particular cuando atravesaron la membrana del domo, lo cual fue una decepción. No sabía muy bien qué había estado esperando, ¿algún sonido delator? ¿Alguna sensación en la piel?
Luego, los ruiditos de los servomecanismos de la nave, abriendo compuertas, despertando al resto de los pasajeros de su largo sueño de criogénesis, encendiendo luces y demás.
Lizeu cargó sus bolsos y esperó a que la puerta se abriera. La luz le tocó la cara. Salió a paso lento, tratando de no parecer torpe, confundido al sentirse muy liviano.
Afuera era un hermoso día de sol, como la primavera de Ciudad Espejo… La nostalgia lo picó como un insecto, pero la espantó tocándose la nariz y expirando fuerte. Tomó aire luego, y sintió los aromas de este nuevo lugar.
En el Espaciopuerto lo esperaba Otilia: una mujer mayor, con el cabello plateado recogido en una trenza, sus manos enganchadas entre sí, a la altura de la cintura. Su gesto serio le pareció indescifrable. Un paso más atrás, se encontraban sus hijos.
 Lizeu había aprendido algunas frases de cortesía, y las usó al presentarse:
―Buenos días, soy el doctor Lizeu Luesma y es para mí un honor estar aquí en Ryalfam. Que la segunda luna ilumine nuestros asuntos en común, y que la primera los selle.
―El gusto es nuestro. ―Otilia sonrió, complacida―. Le presento a mis hijas: Amata, Licia, Richar y Tavio.
Lizeu sabía, por el aprendizaje holístico de idiomas, sobre el plural en femenino, pero de todas maneras lo sorprendió.
La segunda sorpresa, fue encontrarse con la verde mirada de Amata.



―Pase por aquí, Doctor. ―Otilia abrió la puerta de la habitación. A Lizeu no le pareció suntuosa, pero sí cuidada en los detalles y muy pulcra.
―Mañé[3] Besouro, si no le molesta, llámeme Lizeu, por favor. Ya que tendrá la amabilidad de alojarme por un tiempo tan prolongado, creo que no será necesario un trato tan distante. ―Dejó sus valijas en un rincón. Luego pensó que lo que había dicho quizás era una impertinencia. De todas maneras ya era tarde para arrepentirse...
―Por supuesto, estoy de acuerdo. Le pido que respete mí título en público, pero cuando trabajemos juntos puede llamarme Otilia. ―Ella pensó que a su madre no le gustaría nada esa actitud… y eso la reconfortó. Luego agregó―: Lo dejaré para que se acomode. Si tiene hambre, no tiene más que acercarse a la cocina y pedir lo que desee. Yo estaré la mayor parte del tiempo en mi escritorio. La cena es a las ocho.
―Muy bien, nos veremos, entonces, a las ocho.
―Aquí tiene un plano de la casa, por si lo necesita.
―Muchas gracias. ―Lizeu observó la compleja disposición de habitaciones y casas de integrantes de la familia, en formas circulares y en disposición concéntrica, con un gran patio o plaza central. Más que una familia, casi le pareció un pueblo entero.
―¡Ah! Hay una cosa más… ―Otilia dudó si decírselo ahora―. Aunque seguramente estará cansado, lo podemos dejar para mañana.
―Estoy cansado, pero nada que una siesta no pueda reparar. ―Dejó el plano sobre la una mesa y miró a Otilia.
―Tengo una especie de tradición, con los viajeros que se alojan en casa. Y es sencilla: jugar una partida de arimaa[4].
―¿Arimaa? No lo conozco.
―En la Tierra tienen algo parecido, su antecesor: el ajedrez. Su aspecto es parecido, pero a mi entender es más complejo.
Lizeu dudó mucho que un juego pudiera ser más complejo que el ajedrez, pero siempre estaba dispuesto a aprender cosas nuevas.
―¡Qué interesante! Jugaremos cuando lo desee.
―Después de la cena sería un buen momento ―dijo Otilia ya con la mano en la puerta.
―De acuerdo.
Otilia hizo un gesto asintiendo y dijo:
―Ahora sí, lo dejo para que se acomode. Hasta luego.
―Hasta luego.



Lizeu pasó la tarde ordenando sus pertenencias, y luego descansó un buen rato. Recorrió la casa, sorprendido de la organización y distribución de tareas. No había personal de limpieza ni de cocina, todas las tareas eran rotativas, incluso para la Mañé de la casa. Desde luego que ella tenía preponderancia en algunas labores, ya que para tomar decisiones debía pasar largo tiempo trabajando. Sin embargo, era fácil encontrarla lavando la vajilla. De hecho, decía que le gustaba hacerlo para reflexionar sobre asuntos importantes.
La cena transcurrió tranquilamente. A Lizeu le parecieron exquisitos todos los platos. Habló poco, y observó las costumbres. No quería caer mal o hacer algo que pudiera considerarse incorrecto.
Siñá[5] Petrona lo escrutaba sin disimulo. Lizeu había estado esperando esta actitud, así que no se intimidó. Aura, por momentos, hablaba en voz baja con Petrona, y luego las dos lo miraban.
La mesa era ovalada y en el centro tenía un sistema de rotación que hacía que los platos y condimentos fueran pasando frente a cada comensal.
Varias veces cruzó la mirada con los hijos de Otilia.
En Richar, encontró competencia, quizás celos.
En Licia, sensualidad.
En Tavio, compañerismo.
Y en Amata, timidez. “Quizás ella…”, pensó, “No debo involucrarme, vine aquí a trabajar, no a seducir chicas”. Y sin embargo, no pudo evitar ilusionarse.


Cuando terminó la cena, Aura y Petrona, levantándose, dieron las buenas noches. Luego, Tavio y Richar. De a poco todos abandonaban el comedor. Otilia trajo el juego, en una caja de madera tallada. Hizo una seña a Amata para que la acompañara, pero ella le respondió que estaba cansada.
Otilia le explicó las reglas a Lizeu. Realmente eran sencillas, aunque el desarrollo del juego prometía ser complejo. Lo que Lizeu no sabía era la razón por la cual ella había iniciado esta tradición de jugar con los huéspedes.
Empezó él. Hizo dos movimientos, dudando un poco.
Otilia movió con rapidez y observó, no al tablero, sino a su contrincante.
Veamos cómo te desempeñas, muchacho. Pensó la mañé.
Al principio, Otilia tuvo que recordarle las reglas a cada jugada. Lizeu le comentó que no se parecía demasiado al ajedrez, después de todo.
―A veces las hijas no se parecen a las madres. ―Lizeu asintió, preguntándose si habría alguna referencia a su familia―. El Arimaa original se puede jugar con las mismas piezas del Ajedrez, pero luego te das cuenta de que los movimientos no se le parecen en nada. Algo así ocurre con el tablero.
Él movió sus conejos, ella desplegó sus caballos y sus gatos. Las jugadas eran por momentos rápidas, y en otros, más meditadas.
¡Qué partida interesante!, pensó Otilia, Es audaz, pero no temerario.
El Arimaa se hizo dinámico y entretenido: Lizeu comenzó a probar jugadas para tomar piezas de Otilia.
Se adapta a los cambios y es creativo… ¡Vaya! A esa no la vi venir.
Lizeu se había posicionado muy bien en uno de los casilleros centrales.
Una estrategia básica, pero hay que recordar que acaba de aprender el juego. En un par de meses ya estaremos jugando a la par, si sigue descubriendo el modo de armar su juego. Aunque aún no sepa nada sobre las aperturas.
Lamentó que Amata no estuviera aquí para observarlo todo y luego comentar con ella sus impresiones. Era una pena que su hija, futura mañé, no viera este potencial en el Arimaa, para tener un primer análisis sobre el desempeño de una persona.
Otilia tomó, en sucesivos turnos, varias piezas. Lizeu, más pensativo, dudaba antes de mover.
Va perdiendo, y reflexiona para recuperarse. ¿O está probando mi paciencia? Tal vez yo no sea la única que analiza a su oponente.
Al cabo de jugar un rato, Lizeu ya no tenía perros ni gatos... y sus conejos escaseaban.
Sin embargo, no se da por vencido.
Otilia, con sobrada experiencia, movía las piezas con calma y observaba el tablero y los gestos de Lizeu que delataban, en parte, sus pensamientos.
Ahora está usando bien las estrategias de protección de las piezas… Espero que haga lo mismo con sus empleados y colaboradores. Un buen liderazgo es necesario.
 Lizeu jugaba como si su vida dependiera de ello, la adrenalina bombeándole por todo el cuerpo. Bufaba ante cada pieza que Otilia le tomaba.
Tiene pasión, y al mismo tiempo es cerebral. Nos llevaremos la mar de bien. Sonrió, y haciendo la última jugada, dijo:
―Has sido un gran oponente, Lizeu, ¡felicitaciones! Este fue el mejor juego que he tenido con un novato.
―Muchas gracias, mañé ―djo Lizeu, orgulloso―. Me ha fascinado, si le parece podemos hacer una o dos partidas por noche.
Otilia rió ante el entusiasmo del hombre.
Es evidente que haber perdido no lo enoja ni lo hace sentirse humillado, sino que lo ve como un desafío a superar. Realmente está abierto a aprender. Me gusta su actitud… Aunque quizás está perdiendo algo de objetividad, se está involucrando demasiado. Ése es su punto débil. Deberé tener en cuenta esto
―Por mi parte, con una estará bien. Aunque habrá noches en las que estaré muy cansada. Y ya verás… tú también.
Se despidieron para ir a descansar, y la mañé ordenó, con toda meticulosidad, su tradicional juego en la caja.



Lizeu comenzó su trabajo de modernizar los sistemas de comunicaciones, no sólo de la familia Besouro, sino de toda la ciudad. Si esto resultaba bien, extenderían esta nueva tecnología al resto de Ryalfam.
En la misma Axolotl en que había venido él, también habían llegado los materiales y herramientas.
Primero, formó cuadrillas, con encargadas de cada lugar, y supervisó el trabajo. Encontró gente muy capaz y entusiasta. Le sorprendió el don de mando que tenían todas las mujeres, y la colaboración que había naturalmente en los equipos.
Luego, organizó y dictó los cursos de capacitación para los instaladores.
En cada uno de los pasos estaba presente de alguna manera Otilia, y muchas veces la acompañaba Amata.
Incluso Amata quiso aprender todo lo relativo a las instalaciones, por si tenía que asistir a los trabajadores.
―Así, ¿ves? Tomas la pinza con cuidado… ―Las manos de Amata le parecieron hermosas, con sus dedos finos y delicados. Lizeu se preguntó hasta qué punto era necesario que ella aprendiera esto… Para no distraerse del trabajo, recordó los robots haciendo este trabajo en la Tierra, pero aquí no podían permitirse semejante lujo.


La tecnología de la comunicación por subespacio, base del ansible, por un lado no era sencilla de comprender y requería de una gran inversión inicial, pero por otro lado, era muy confiable y de bajo mantenimiento. Lizeu pensaba que si todo marchaba bien, terminaría el trabajo en el tiempo estipulado. Pero claro, siempre surgían imprevistos.
Las jornadas de trabajo fueron cada vez más largas, hasta que Lizeu pensó que si seguía con este ritmo caería enfermo.
Fue a hablar con Otilia. Entró sin tocar la puerta, como ya se le había hecho costumbre.
―¿Quieres posponer la partida de esta noche, otra vez?
―Oh, no, Otilia, vine a pedirle consejo ―dijo Lizeu, con el ceño fruncido y mirando al suelo.
―Te escucho. Por favor, siéntate.
―Estoy muy cansado. Creo que… bueno, debería trabajar menos. ―Suspiró como si hubiera hecho una terrible confesión.
―Ah, mi querido Lizeu, es que ¡debes aprender a delegar! ¿Acaso tienes que supervisar todo en persona?
―Bueno, yo creí que… como soy el responsable… ―Arqueó las cejas.
―Delega, hijo. Delega despiadadamente. Delega y faculta. Delega y, sin desligarte, encárgate de las tareas para las cuales de verdad eres imprescindible.
―Entiendo ―dijo Lizeu, pensativo. Recordó que había tenido varias ideas en el transcurso del día, y las había descartado por falta de tiempo para realizarlas.
―Y cuando hayas aprendido a delegar ―prosiguió la Mañé―, tendrás tiempo libre para descansar y disfrutar… Y también para pensar en otros proyectos.
A Lizeu le sorprendió el comentario de la matriarca: le pareció que le estaba leyendo la mente.
―De hecho puedo sugerir varias mejoras para la casa, que serían interesantes de implementar. He notado que Richar es un excelente ingeniero, por más que no nos llevemos como quisiera. Juntos podríamos planear un par de mejoras para los cultivos y para la casa.
―Todo eso está muy bien, querido, pero necesitas relajarte un poco. ¿Por qué no vas a una de nuestras fiestas circulares? Quizás te venga bien…
Otilia, ante la cara de extrañeza de Lizeu, le explicó de qué se trataba.
―Las fiestas circulares se celebran cada vez que se cumple un ciclo de la primera luna. Son fiestas que, si bien son ceremoniales, también son muy relajadas, donde se baila y se bebe y donde pueden conseguirse compañeras sexuales. Aquí todo el mundo es libre de elegir con quién se acuesta; tengo entendido que en la Tierra eso no sucede.
Lizeu rió con ganas y no dijo nada por temor a revelar sus pensamientos… ¿Sería una oportunidad para acercarse a Amata? Siguió escuchando:
―Cada persona danza cerca de una hoguera que representa su identidad de género. De esta manera no hay equívocos en lo que se busca. Y si ves a alguna persona que te interesa, la pellizcas. Si el pellizco te es devuelto, es que las dos están de acuerdo.
―¡Por supuesto que me vendrá bien! ―estalló Lizeu, entusiasmado―. ¿Cuándo es la próxima? ¡Delegaré todo lo que pueda!



Días después, cuando la luna Lilith-maljoyin estaba llena y en el centro del cielo, fue el momento de celebrar una gran fiesta circular en Pórtico de Amatista.
Lizeu, con gran expectativa, se bañó, y vistió unas ropas nuevas que le había dado Otilia. Le parecieron muy cómodas, si bien los colores tan chillones no eran sus preferidos. Pero tuvo que admitir que, aunque nunca hubieran sido de su elección, le quedaban bien. “Hasta para la ropa tiene buen ojo la vieja”, pensó.
Mientras bailaba en la hoguera masc, notó que todos los hermanos Besouro estaban en la fiesta. Tavio y Richar, bailando junto a él, y las dos hermanas bailando en la ronda fem.
Cuando las rondas terminaron, se mezcló entre la gente, sintiéndose uno más de los lugareños. Estaba eufórico bailando, cuando recibió un pellizco.
Al voltear, descubrió a Licia. Sonrió, bailó con ella un rato, se divirtieron haciendo bromas.
Pero esa noche, Lizeu se fue con Amata.




[1] Ryalfam, por su fonética, se parece a “réels femmes”, es decir mujeres reales en francés.
[2] la aceleración de la gravedad de la Tierra es g = 9,8 m/s2
[3] Mañé: título de la matriarca
[4] Arimaa es una variante del ajedrez, que puede jugarse con las mismas piezas y tablero, pero cuyo desarrollo difiere completamente. Las piezas simbolizan animales y están colocadas a capricho del jugador . Existen cuatro casilleros que son “sumideros”, hacia donde hay que arrastrar las piezas del contrincante.
[5] Siñá: título de la que anteriormente fue la matriarca (madre de la actual mañé).


Publicado en Revista Próxima N°23, Invierno de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario