viernes, 17 de julio de 2009

El orden de las cosas - Chinchiya

Un hombre de frente a una ventana
Súper lúcida la mirada
Recorre el paisaje y no,
no es su interior, es luna.

Son sombras lejanas del bosque
Es algo raro en las estrellas

sonidos que inducen temor

Y también melancolía de esperar
De esperar

De Esperar que ella vuelva

y le diga: acá estoy mi amor no existe el olvido,
acá estoy, mi amor, de vuelta
he venido, lo puedes creer,
no existe el olvido, mi amor,
No existe.
(…)


Campanas En La Noche de Los Tipitos
Sé que ella ha llegado. Miro por la ventana y la siento cerca de mí sin verla, como si respirara en mi nuca y, sin embargo, todavía no ha bajado de la nave. La flota aún pasa sobrevolando Ciudad Xing-Xi, como saludando en silencio a los que nos hemos quedado aquí. Ciudad Xing-Xi, pomposo nombre para un pueblo perdido en medio de una despojada comarca, en esta colonia alejada del mayor de los conflictos bélicos.
Mis amigos me dicen que mi decisión ha sido en vano, que estos años y que esta guerra nos ha cambiado a todos. No me importa. El solo hecho de ver por fin a Radrya hará que mi esfuerzo haya valido la pena. El esfuerzo de la familia entera, claro. Durante décadas hemos programado vivir una semana de cada siete, sólo para esperarla, para que cuando ella vuelva no nos encuentre demasiado viejos. Erwin y yo también nos amamos y nos hemos hecho compañía, pero ambos la extrañamos hasta lo indecible. Por supuesto que al principio hubo celos, pero luego vinieron los hijos y entendimos que ambos somos sus padres. Todos conformamos una familia, y así es el orden de las cosas.
Ella es La Madre, la dadora de vida. Sus hijos han permanecido aquí, en la base, para que su estirpe no corriera peligro. Pero ahora me pregunto si en verdad había algún riesgo de perderla. Mas allá de la sangre, la huella imborrable que Radrya deja tras de sí es contundente. Ha influido en los acontecimientos muchas veces: es como si fuera un inmenso sol, que perturba con su campo gravitatorio el espacio que la rodea, que da luz en todas direcciones y no necesita de nadie para brillar.

Quizás esté exagerando. Quizás me desilusione, al fin, cuando la vea tras cinco relativos años de larga espera. El entorno ha cambiado y nosotros hemos permanecido. Nuestros hijos son adolescentes; nuestra hija, aún una niña.
Pero para todo el mundo han pasado más de treinta años y muchas cosas suceden en ese tiempo. Tecnologías se desarrollan y se transforman en obsoletas; la gente nace, crece y envejece; surgen tendencias culturales que luego pasan de moda… Nosotros hemos renunciado a seguir el ritmo alocado de la civilización, ese pequeño caos dentro de un gran orden. Nos contentamos con sobrevivir y permanecer unidos, lo cual no es poco aquí en este poblado donde se lucha todos los días contra la sequía y la escasez de provisiones debido a la guerra.
Ya que no podíamos conservar un trabajo regular, a lo largo de estos años nos hemos ocupado de estudiar y tratar de que eso dé frutos. Mantenernos activos, además de ser imprescindible, ha mitigado este tormento desgarrador llamado melancolía. Yo terminé una especialización en fotónica y dicto cursillos acelerados, y Erwin ha estado escribiendo y
dedicándose al arte multisensorial. Los chicos siguieron un programa normal, a través del asistente hogareño; ahora podrán volver a la escuela común, si es que todavía queda algo normal en este sitio, luego del arribo de las esperadas naves con el fin de las hostilidades. Los libros de Erwin, publicados con anterioridad a la campaña contra los tecnócratas de la Alianza Estelar, solventan nuestros gastos. Pero, puesto que somos una especie de extraño fenómeno que perdura en el tiempo, sus escritos se venden mucho más. Y todos esperan el relato del regreso de Radrya.

Por fin: ha llegado. La confirmación me llega por el canal de comunicación directa para avisarme que la familia debe ir a recibirla. Ahora ella es una heroína de guerra, esperarán que participemos de la ceremonia de bienvenida y condecoración; por supuesto, estaremos allí haciendo el papel adecuado a la ocasión. Su mente brillante y su intuición es la que ha hecho torcer el conflicto a nuestro favor; no hay nada más furioso y arrasador que una hembra que defiende su cría.

Allí está Radrya, con su cobrizo cabello flameando al viento. Mechones de canas lo surcan ahora, pero no hacen más que resaltar su esplendor. Desde la plataforma donde se encuentra hasta parece alta, ilusión que se rompe al acercársele un oficial que le advierte que hemos llegado. Está más delgada de lo que la recuerdo, y lleva puesto un ajustado vestido azul eléctrico. Los chicos pueden adelantarse corriendo con Erwin; yo iré después. Sé que el vínculo entre Erwin y Radrya es distinto que el mío. Yo siempre espero. Erwin va hacia ella, pero ella viene hacia mí. No es que me prefiera, es simplemente el orden de las cosas.

(publicado previamente en Crónicas de la Forja, Especial Nº7 "Naves cruzando el desierto")

PUBLICADO EN PAPEL EN LA REVISTA PRÓXIMA Nº16 (Primavera de 2012)

1 comentario:

  1. Para mí, escribir es siempre un proceso acompañado por la música. La imagen ‘Naves sobre el desierto’ me hablaba de alguien mirando por la ventana, observando una formación de naves. ¿Y quiénes eran? Pues naves que retornaban a sus hogares, luego de una larga guerra. Y casi automáticamente me sonó en la cabeza el tema musical que acompaña el texto. Luego, cuando el cuento se fue tejiendo, me di cuenta de que no tenía una estructura definida como introducción-nudo-descenlace, sino que bien hubiera podido ser un capítulo ‘bisagra’ en una novela. Mis compañeros de taller me exhortaron a que ampliara el relato, su antes y su después, sus personajes. Pero al encarar el trabajo de reelaboración, no pude. La historia que se empeñaba en aparecer sólo detallaba un esperado reencuentro y poco más. Quizás en un futuro surja esa historia más completa.

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